Hablar a cámara
- Mora Monteleone

- Mar 11, 2024
- 5 min read
Updated: Mar 12, 2024
Ella está comiendo un plato de fideos, el que discute es él: le reclama que por el tiempo que dedica al hijo de ambos no puede dedicarse a lo que quiere, escribir. Ella, una escritora reconocida, le sugiere que organice mejor sus tiempos, que no la culpe a ella de su fracaso. Toda esta situación se da en un pasado reciente: en el presente él está muerto, quizás porque se cayó de una ventana o quizás porque ella lo mató.
Pero lo que llama la atención de esta escena de Anatomía de una caída(2023) no es el factor policial ni el tema por el cual la pareja discute. Al menos mi mente quedó atrapada en otra cosa, en algo raro que hay en el personaje del marido. Y es que, en una película que viene sosteniendo un registro actoral bastante verosímil, los gestos de él son extraños, lo que dice no parece espontáneo, como si estuviera desconectado del resto de la escena. Esto se explica porque, sabemos instantes después, el marido está grabando esa discusión. Es decir: la protagonista discute con el hombre con el cual vive hace quince años, y él, mientras la mira a los ojos y simula responderle, en realidad está actuando para una grabación.
No sé si vienen sintonizado el canal de youtube de la Cámara de Diputados de la Nación. Porque hace por lo menos un año que se puede registrar esta secuencia: un diputado toma la palabra. Agradece al presidente del recinto y a todos los presentes, a quienes viene escuchando hace horas. A medida que habla, su voz, su gesto se transforman. Eleva el tono, y dice frases. Aunque su discurso incluye una segunda persona a la cual parece dirigirse con vehemencia, la relación velocidad-complejidad sintáctica devela que las oraciones no son espontáneas, que no nacen como respuesta a nada que se haya dicho en las horas de sesión, que no se insertan en un diálogo. Y en efecto, el diputado no le está hablando a nadie de los presentes, no está queriendo convencer a ninguno de ellos de nada: está grabando el minuto que recortará para subir a su cuenta personal en redes sociales.
No tengo ninguna opinión muy original sobre la twitterización de la política ni de cómo eso afecta al debate, no es de lo que quiero hablar ahora. Traigo la situación por lo que tiene en común con la escena de la película: hay una cámara grabando, hay una persona que le habla a esa cámara, pero también hay otras personas.
Y ese tercer ítem es el punto. En el Congreso, lo más incómodo de la secuencia me parece el plano: toma al diputado que habla pero también a dos o tres más. Otros legisladores que, en la banca de al lado, de atrás, de adelante, toman agua, intentan sentarse más o menos derechos, mientras esperan que termine esa performance que supuestamente los refiere como receptores, pero que en realidad no parece dirigirse a ellos ni a ninguno de los presentes en la sala.
Lo que me sorprende de esto es lo rápido que nos acostumbramos a los simulacros de comunicación. Lo digo así porque, creo, es eso: a que alguien hable sin voluntad de comunicarse (en el sentido más básico, de que no le interesa si el receptor comprende o no el mensaje) pero simulando todos los gestos de una situación de comunicación. Lo rápido que nos acostumbrarnos también a presenciar eso. Porque en ese simulacro no hay interlocutores, solo hay dos opciones, intérprete o espectador.
Me parece que si lo que pasa en Instagram solo pasara en Instagram no sería un problema. Es decir, si te perturba (no sin razón) ver a tu amigo, conocido, o a alguien con quien salís, hablando a cámara durante minutos, contando algo no se sabe a quién, mientras parece más concentrado en la imagen que le devuelve el espejo de la cámara que en lo que está diciendo, podés no verlo y seguir con tu vida.
El asunto es, me parece, que ya ni hace falta que haya una cámara prendida para que algunas personas hablen como si la hubiera. A ver, no sé cómo se debatía en el Congreso cuando no había cámaras. Me resulta difícil imaginarlo. Pero sobre todo me resulta difícil imaginar cómo hablarían algunas personas que conozco si no existiera Instagram. No sé si les pasa de ver esto en interacciones de la vida real: yo lo veo en algunos adultos pero sobre todo en gente más chica, en gente que, sospecho, creció creyendo que la comunicación es como en las redes. Es decir, que creció con la idea de que comunicarse es decir algo, no se sabe bien a quién y por ende sin importar a quién, y que quizás alguien lo escuche y te responda, y quizás ni registres su respuesta, porque en realidad no te interesa. Y que cuando alguien habla, aunque te mire a los ojos, asumas que no necesariamente te está hablando a vos, que por ende no tendrías por qué sentirte interpelado. Que cuando alguien habla no hace falta escuchar, sino, como mucho, esperar. Esperar a que termine para, como si la cámara volviera a tomarte, poder volver a hablar vos. Que eso es la interacción humana, que así es comunicarse.
Yo me crié en los noventa, tuve una infancia sin redes sociales y en la que vi muchas veces Truman Show(1998). Asumo que recuerdan esa hermosa escena en la que el protagonista está discutiendo con su novia en la cocina de su casa, y ella en un momento agarra un paquete de café y habla de sus propiedades de una forma extraña, en un tono que nada tiene que ver con la conversación que venían manteniendo. “¡¿Qué hacés? ¿A quién le hablás?!” le grita desesperado Truman, que está por darse cuenta de que su vida es un programa de televisión, que su novia es en verdad una actriz y que efectivamente está haciendo una publicidad, que no le habla a él, sino a los televidentes, al público.
Hace veinticinco años, cuando se estrenó Truman Show, que vos intentaras comunicarte con tu pareja y ella se comportara como si hablara a cámara era suficiente para suscitarte una reacción desesperada. Era suficiente como para constituir un punto de giro, suficiente para ser el centro de la trama de una película. Hoy, en Anatomía de una caída el marido habla para una grabación y su esposa ni siquiera se da cuenta. No le llama la atención ni el tono impostado ni la extraña elección de frases de ese hombre con el cual vive hace años. Y la película ni siquiera se trata sobre eso.
Entiendo que esta faceta no es necesariamente la más preocupante del presente. Y que, en muchas cosas, el presente es mejor que el pasado. Y que de todos modos, dentro de poco, vendrá el apocalipsis. La lluvia de fuego va a caer por igual sobre gente que va a estar intentando comunicarse entre sí y sobre gente que va a estar hablando sola. Pero ojalá me encuentre en el primer grupo.
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Mora Monteleone nació en Buenos Aires en 1993. Es Licenciada en Letras (UBA) y se formó en artes escénicas. Escribió y dirigió varios espectáculos, como “Fiesta en el jardín” (2022 y 2023 en el Centro Cultural San Martín y tercera temp. en Timbre 4), “Último piso” (2018, Centro Cultural Recoleta), “Las fuerzas extrañas” (2018, Bibliotecas Ciudad de Buenos Aires), “Una habitación así” (2017 en Club Cultural Matienzo y en Espacio Sísmico), entre otros, y algunos proyectos escénicos como “Maleza” (2022, Museo Sívori) o “Que nadie herede” (2018). También es actriz y productora teatral y a veces trabaja de eso.



