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"La mariposa y el tanque" de Ernest Hemingway

  • Writer: Mora Monteleone
    Mora Monteleone
  • Jan 12
  • 13 min read

"The Butterfly and the Tank", 1939

Traducción de Mora Monteleone




Esa noche estaba volviendo desde la oficina de censura al Hotel Florida. Estaba lloviendo. A mitad de camino me harté de la lluvia y paré en Chicote a tomar un trago rápido. Era el segundo invierno de bombardeos en el asedio de Madrid y todo era escaso, incluido el tabaco y el humor de la gente, y uno tenía hambre todo el tiempo y podía, de pronto e irrazonablemente, irritarse por cosas por las que no podía hacer nada, como por ejemplo el clima. Debería haberme ido a casa. Solo estaba a cinco cuadras, pero cuando vi la puerta de Chicote pensé que podría tomarme un trago rápido y después caminar esas seis cuadras por la Gran Vía en medio del barro y los escombros de las calles rotas por los bombardeos.

El lugar estaba repleto. No te podías acercar a la barra y todas las mesas estaban ocupadas. Estaba lleno de humo, cantos, hombres uniformados y olor a humedad de los abrigos de cuero mojados, y llegaban tragos hasta la multitud que estaba a tres filas de la barra.

Un mesero al que conocía me encontró una silla en una mesa y me senté con un flaco alemán, cara pálida, al que conocía y que estaba trabajando en la censura, y con dos personas más a las que no conocía. La mesa estaba en el medio del salón, un poco a la derecha desde la puerta de entrada.

Al hablar no podías escuchar tu propia voz por los cantos. Pedí un gin y lo bajé contra la lluvia. El lugar rebalsaba y todo el mundo estaba alegre, tal vez a causa del nuevo licor catalán que casi todos bebían. Un par de desconocidos me palmearon la espalda, y cuando la chica de nuestra mesa me dijo algo, no pude escuchar y dije:

 Seguro.

Ella tenía un aspecto espantoso, me di cuenta cuando dejé de mirar alrededor y presté atención a nuestra mesa, realmente espantoso. Pero resultó, cuando vino el mesero, que lo que ella me había preguntado era si quería tomar algo. El tipo que la acompañaba no parecía muy enérgico, pero ella tenía suficiente energía para ambos. Tenía una de esas caras fuertes, semi-clásicas y parecía una domadora de leones; y el tipo daba la sensación de que debería estar usando un uniforme de escuela. Él no era suficiente. Tenía puesto un abrigo de cuero como el resto de nosotros, solo que no estaba mojado porque ellos estaban ahí desde antes de que empezara a llover. Ella tenía una campera de cuero que se estaba mimetizando con su cara.

A esa altura deseaba no haber parado en Chicote sino haber ido directo a casa, donde uno puede cambiarse la ropa y estar seco y tomar un trago cómodo en la cama con los pies en alto. Estaba cansado de mirar a estos dos jóvenes. La vida es muy corta y las mujeres espantosas son muy largas y sentado en esa mesa decidí que a pesar de ser un escritor y tener, se supone, una curiosidad insaciable sobre todo tipo de personas, realmente no me importaba si esos dos estaban casados, ni qué habían visto uno en el otro, ni qué ideología política tenían, ni si él tenía plata, ni si ella tenía plata, ni nada sobre de ellos. Decidí que, probablemente, trabajaban en la radio. Siempre que uno ve civiles de aspecto extraño en Madrid trabajan en la radio. Entonces, para decir algo, levanté mi voz por encima del ruido general y pregunté:

¿Están en la radio?

Sí, estamosdijo la chica. Entonces así era. Estaban en la radio.

¿Cómo estás, camarada? le dije al Alemán.

Bien. ¿Y tú?

Mojado le dije, y se rió con la cabeza de costado.

¿No tenés un cigarrillo? me preguntó. Le pasé mi anteúltimo atado de cigarrillos y agarró dos. La chica enérgica agarró otros dos y el joven con la cara de uniforme escolar agarró uno.

Agarra otro le grité.

No, gracias respondió y, en lugar de él, el Alemán lo agarró.

¿Te molesta? sonrió.

Para nada le dije. En realidad sí me molestaba y él lo sabía, pero quería tanto los cigarrillos que no le importaba. El canto había cesado momentáneamente, o hubo un descanso como los hay a veces en las tormentas, y podíamos escuchar todo lo que nos decíamos. 

¿Estás acá hace mucho? me preguntó la chica enérgica. Pronunció “estas” como si dijera “estas cosas”.

Voy y vengodije.

Deberíamos tener una conversación seria me dijo el Alemán. Quiero tener una charla contigo. ¿Dónde podría ser?

Yo te llamo le dije. El Alemán era un alemán muy extraño y a ninguno de los buenos alemanes les caía bien. Vivía bajo la ilusión de que sabía tocar el piano, pero si lo mantenías alejado de los pianos estaba todo bien. A menos que estuviera expuesto al licor o a la oportunidad de hablar mal de alguien, y nadie había sido capaz de mantenerlo alejado de esas dos cosas todavía.

Hablar mal de otra gente era lo que mejor hacía, siempre sabía algo nuevo y capaz de desacreditar a cualquier persona que se pudiera mencionar en Madrid, Valencia, Barcelona y otros centros políticos. Pero en ese momento el canto comenzó de nuevo, y es difícil hablar mal de alguien gritando, así que estaba resultando una tarde aburrida en Chicote y había decidido irme tan pronto como cuando me tocara pagar una ronda.

Justo entonces empezó. Un civil con un traje marrón, una camisa blanca, corbata negra, su pelo cepillado hacia atrás desde una frente bastante alta, que había estado haciendo payasadas de mesa en mesa, roció a uno de los camareros con un frasco de insecticida. Todos se rieron excepto el camarero, que llevaba una bandeja llena de bebidas en ese momento. Estaba indignado. 

—No hay derecho —dijo el camarero. Esto significa "no tienes derecho a hacer eso", y es la protesta más simple y fuerte en España. El pistolero insecticida, encantado con el éxito obtenido y al parecer no dando ninguna importancia al hecho de estar en el segundo año de guerra en una ciudad asediada donde todo el mundo estaba bajo tensión, ni tampoco al de ser uno de los únicos cuatro hombres vestidos de civil en el lugar, roció a otro camarero.

Miré alrededor buscando un lugar donde agacharme. Este otro camarero también se indignó y el tipo lo roció dos veces más. Algunas personas lo encontraron gracioso, entre ellas la mujer enérgica. Pero el camarero se puso de pie, sacudiendo la cabeza. Sus labios temblaban. Era un hombre grande y trabajaba en Chicote hacía diez años, al menos que yo supiera.No hay derecho dijo con dignidad.

La gente se reía, sin embargo el tipo del insecticida, sin darse cuenta de que ya nadie cantaba, roció ahora la nuca del camarero. El camarero se dio vuelta, sosteniendo su bandeja. No hay derecho dijo. Esta vez no fue una protesta. Fue una acusación y vi a tres hombres con uniforme pararse desde una mesa, caminar hacia donde estaba el tipo del rociador y lo siguiente que vi fue que los cuatro estaban saliendo por la puerta giratoria muy de prisa y se escuchó un golpe, alguno golpeó al tipo en la boca. Alguien más agarró el rociador y lo tiró por la puerta.

Los tres hombres volvieron a entrar con un aspecto serio, duro y muy justo. Entonces la puerta giró y entró el tipo del insecticida. Tenía el pelo sobre los ojos, sangre en la cara, la corbata hacia un lado y la camisa abierta. Volvió a agarrar el rociador y, con los ojos salvajes y la cara blanca, disparó apuntando al salón un chorro general, desafiante, sobre toda la compañía.

Vi a uno de los tres hombres ir por él y vi la cara de ese hombre. Forzaron al tipo entre dos mesas a la izquierda del bar, ahora el tipo del insecticida luchaba salvajemente, y cuando el disparo explotó agarré a la chica enérgica por el brazo y me fui para la puerta de la cocina.

La puerta de la cocina estaba cerrada y cuando puse mi hombro para abrirla no se pudo.Agachate aquí detrás de la barra le dije. Se arrodilló allí.

—Más —le dije y la empujé hacia abajo. Estaba furiosa.Todos los hombres del lugar, excepto el Alemán que estaba detrás de una mesa y el chico con apariencia de estudiante de escuela que estaba en una esquina contra la pared, habían sacado sus pistolas. En un banco a lo largo de la pared, tres chicas demasiado rubias, con el pelo oscuro en las raíces, se paraban en puntas de pié para ver y gritaban constantemente.Yo no tengo miedo dijo la mujer enérgica. Esto es ridículo.

No querés que te disparen en una pelea en un café le dije. Si el rey del insecticida este tiene amigos en el lugar, la situación se puede volver muy peligrosa.Pero no tenía amigos, evidentemente, porque la gente empezó a guardar sus pistolas y alguien calló a las mujeres que gritaban y a todo el mundo cuando llegó el disparo. Se apartaron del tipo del insecticida que ya estaba en silencio, boca arriba en el suelo.Nadie se va hasta que llegue la policía gritó alguien desde la puerta.

Dos policías con rifles, que habían salido de una patrulla callejera, estaban parados junto a la puerta, y al son de este anuncio observé a seis hombres formarse como la alineación de un equipo de fútbol y salir del bar. Tres de ellos eran los que habían echado por primera vez al tipo del insecticida. Uno era el que le disparó. Cuando salieron, uno de los policías dijo: Nadie puede salir. Absolutamente nadie.

¿Por qué se fueron esos hombres? ¿Por qué mantenernos a nosotros adentro si ellos salieron?

Eran mecánicos que tenían que volver a su campo de aviacióndijo alguien.

Pero si alguien se fue, es estúpido mantener adentro a los demás.

Todo el mundo debe esperar a Seguridad. Las cosas deben hacerse legalmente y en orden.

¿Pero entienden que si una persona se fue es estúpido mantener adentro a las demás?

 Nadie puede irse. Todo el mundo debe esperar.

Es cómico le dije a la chica enérgica.

No, no lo es. Es simplemente horrible.

Estábamos parados y ella miraba indignada hacia donde yacía el rey del insecticida. El tipo tenía los brazos extendidos y las piernas estiradas. 

Voy a ir a ayudar a ese pobre hombre herido. ¿Por qué nadie hizo nada para ayudarlo?

Yo me olvidaría de eso dije. Querés mantenerte afuera de esto.

Pero es simplemente inhumano. Yo tuve entrenamiento de enfermera y voy a darle primeros auxilios.

Yo no haría eso dije. No te le acerques.

¿Por qué no?. Estaba enojada y casi histérica.

Porque está muertodije. 

Cuando vino la policía retuvo a todo el mundo por tres horas. Empezaron por oler cada una de las pistolas. De esa manera detectarían cuál había disparado recientemente. Pero después de oler más o menos cuarenta pistolas parece que se aburrieron, y de cualquier modo lo único que se podía oler ahí era el cuero mojado de los abrigos. Después se sentaron en una mesa ubicada directamente atrás del rey del insecticida, que yacía en el suelo y parecía una caricatura de cera gris de sí mismo, con manos de cera gris y cara de cera gris, y examinaron los papeles de la gente. 

Por su camisa abierta podías ver que el rey del insecticida no tenía camiseta y que las suelas de sus zapatos estaban desgastadas. Se veía muy pequeño y lamentable tirado ahí en el suelo. Había que pasar por encima de él para llegar a la mesa donde dos policías completamente uniformados estaban sentados examinando los documentos de todo el mundo. El acompañante de la mujer enérgica perdió y encontró sus documentos numerosas veces con nerviosismo. Tenía un pase de “conducta segura” en algún lado pero se le había perdido en algún bolsillo, seguiría buscando y sudando hasta encontrarlo. Luego lo habría puesto en un bolsillo diferente y tendría que buscarlo nuevamente. Sudaba fuertemente mientras hacía esto y el pelo se le enredaba mucho y la cara se le ponía muy roja. Ahora parecía que no sólo debería tener puesto un uniforme escolar sino también una de esas pequeñas capas que usan los niños de primaria. Uno ha oído que los acontecimientos envejecen a las personas. Bueno, a él este tiroteo lo hacía parecer quince años más joven.

Mientras esperábamos, le dije a la chica enérgica que pensaba que toda la cuestión era una historia bastante buena y que la escribiría en algún momento. Que el modo en que esos seis se alinearon en una sola fila y corrieron atravesando la puerta había sido bastante impresionante. Ella estaba en shock y decía que yo no podía escribirlo porque sería perjudicial para la causa de la República de España. Le dije que hacía mucho que yo estaba en España y que tiempo atrás, bajo la monarquía, solía haber una cantidad fenomenal de tiroteos alrededor de Valencia, y que por cientos de años antes de la República la gente se había estado acuchillando entre sí con largos cuchillos llamados Navajas en Andalucía, y que si yo veía un tiroteo cómico en Chicote durante la guerra podía escribir sobre él de la misma manera que si hubiera sucedido en Nueva York, Chicago, Key West o Marsella. No tenía nada que ver con la política. Ella dijo que yo no debía hacerlo. Probablemente muchas otras personas habrían dicho lo mismo. El Alemán pensaba que era una historia bastante buena de todos modos, y yo le di el último Camel. Bueno, de cualquier manera, después de tres horas, finalmente la policía dijo que podíamos irnos.

En el Florida estaban un poco preocupados por mí, porque en esos días, con el bombardeo, si salías de casa a pie y no volvías después de que los bares cerraran a las siete y media, la gente se preocupaba. Yo estaba encantado de estar de vuelta y conté la historia mientras preparábamos la cena en una hornalla eléctrica y fue todo un éxito. 

Bueno, dejó de llover durante la noche, y a la mañana siguiente era un día agradable, brillante, frío, de comienzos del invierno, y a las doce cuarenta y cinco empujé la puerta rodante de Chicote para tomar un gin tonic antes del almuerzo. Había muy pocas personas a esa hora, y dos meseros y el encargado vinieron a la mesa. Estaban sonriendo. 

¿Atraparon al asesino? pregunté.

No bromee tan tempranodijo el encargado. ¿Lo vio disparar?

 le dije. 

Yo también— dijo él. Estaba justo aquí cuando sucedió. Señaló una mesa en una esquina. Apuntó la pistola contra la mejilla del hombre y disparó.

¿Hasta qué hora tuvieron gente?

Uh, hasta pasadas las dos de la mañana. 

Recién vinieron por el fiambre dijo usando la palabra española para cadáver, la misma que se usa para la carne fríaa las once de esta mañana.

Pero todavía no sabe dijo el encargado.

No, él no sabe dijo el otro mesero.

Es muy raro dijo otro. Muy raro.

Y triste también dijo el encargado y movió la cabeza.

Sí. Triste y curioso dijo el mesero. Muy triste. 

Cuénteme.

Es algo muy raro dijo el encargado. 

Cuénteme. Acérquese y cuéntemelo.

El encargado se inclinó sobre la mesa con absoluta confianza.

Sabés, en el rociador dijotenía agua de colonia. Pobre muchacho.

No era un chiste de tan mal gusto, ¿ve? dijo el mesero.

Era realmente pura alegría. Nadie debería haberse ofendido dijo el encargado. 

Pobre muchacho. 

Eso veo dije. Él simplemente quería que la gente pasara un buen momento.

 dijo el encargado. Solo fue un malentendido desafortunado.

¿Y qué fue del rociador?

La policía se lo llevó. Se lo mandaron a su familia.

Imagino que estarán contentos de tenerlo dije.

 dijo el encargado. Ciertamente. Un rociador siempre es útil.

¿Quién era él?

Un ebanista.

¿Casado?

Sí, la esposa estuvo acá con la policía esta mañana.

¿Y ella qué dijo?

Ella cayó sobre él y dijo: “¿Pedro, qué te hicieron? ¿Quién le hizo esto? Ay, Pedro”.

Luego la policía se la tuvo que llevar porque ella no podía controlarse dijo el mesero.

Parece que él era débil del pecho dijo el encargado. Luchó en los primeros días del movimiento. Dijeron que había luchado en la Sierra pero que tenía el pecho demasiado débil para continuar.

Y ayer a la tarde vino a la ciudad para alegrar un poco las cosas sugerí.

No dijo el encargado. Verás, es bastante raro. Todo es muy raro. Esto lo supe por la policía, que es muy eficiente si tiene tiempo. Interrogaron a camaradas del negocio donde él trabajaba. Lo localizaron por la carta del sindicato que estaba en su bolsillo. Ayer él compró el rociador y agua de colonia para usar en una broma en una boda. Había anunciado esa intención. Los compró enfrente. Había una etiqueta en la botella de colonia con la dirección. La botella estaba en el baño. Ahí fue donde llenó el rociador. Debe haber venido después de comprarlo, cuando se largó a llover.

Recuerdo cuando entródijo un mesero.

En la alegría, con los cantos, se puso alegre. Como un gay.

Era gay dije. Estaba prácticamente volando.

El encargado siguió con su despiadada lógica española.

Es la alegría de beber con una debilidad en el pechodijo.

No me gusta mucho esta historia dije.  

Escuche dijo el encargado. Cuán raro es esto: su alegría entra en contacto con la seriedad de la guerra como lo haría una mariposa.

Muy como una mariposa dije. Demasiado como una mariposa.

No estoy bromeando dijo el encargado. ¿Lo ve? Como una mariposa y un tanque.

Esto lo complació enormemente. Estaba entrando realmente en la metafísica española.

Tome un trago invitado por la casa dijo. Tiene que escribir un cuento sobre esto.

Recordé al hombre del rociador con sus manos de cera gris y su cara de cera gris, sus brazos extendidos y sus piernas estiradas, y se veía como una mariposa. Aunque no demasiado. Pero tampoco se veía demasiado como un humano. Me recordaba más bien a un gorrión muerto.

Voy a tomar un gin con tónica dije.

Tiene que escribir un cuento sobre esto dijo el encargado. Acá. Acá está su suerte.

Suerte dije. Mire, una chica inglesa me dijo anoche que no debería escribir sobre esto. Que sería malo para la causa.

Eso no tiene sentido dijo el encargado. Es muy interesante e importante: la alegría malentendida entrando en contacto con la seriedad mortal que siempre hay acá. Para mí es lo más raro e interesante que vi en mucho tiempo. Lo tiene que escribir.

Está bien dije. Seguro. ¿Tenía hijos?

No dijo. Le pregunté a la policía. Pero usted lo tiene que escribir. Y debería titular al cuento La Mariposa y el Tanque.

Está bien dije. Seguro. Aunque no me gusta mucho el título.

El título es muy elegante dijo el encargado. Es pura literatura.

Está biendije. Seguro. Ese va a ser el título. La Mariposa y el Tanque.

Y me quedé ahí sentado en esa mañana brillante y alegre, el lugar olía a limpio y recién aireado, con el encargado que era un viejo amigo y que estaba muy complacido con la literatura que estábamos haciendo juntos, y bebí un sorbo del gin con tónica y miré por la ventana y pensé en la esposa arrodillada ahí y diciendo “Pedro. Pedro, ¿quién te hizo esto, Pedro?”, y pensé que la policía jamás podría darle esa respuesta por más que supiera el nombre de quien había apretado el gatillo.





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Mora Monteleone nació en Buenos Aires en 1993. Es Licenciada en Letras (UBA) y se formó en artes escénicas. Escribió y dirigió varios espectáculos, como “Fiesta en el jardín” (2022 y 2023 en el Centro Cultural San Martín y tercera temp. en Timbre 4), “Último piso” (2018, Centro Cultural Recoleta), “Las fuerzas extrañas” (2018, Bibliotecas Ciudad de Buenos Aires), “Una habitación así” (2017 en Club Cultural Matienzo y en Espacio Sísmico), entre otros.

También es actriz y productora teatral y generalmente trabaja de eso.

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